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Paz espiritual para el daño fisico: Capellanes de blanca bata.

Manuel J. Ibáñez Ferriol

Siempre tengo en el fondo de mi corazón, presente a los sacerdotes, sobre todo los que ejercen su ministerio en las Clínicas y Hospitales, dando consuelo y fortaleza, a enfermos y familiares, dónde aconsejan y acompañan a los enfermos, incluso en los momentos de separarse de los suyos y más allegados. Su oferta es sencilla: la oración como bálsamo para el cuerpo doliente y el alma quejosa. Son los ángeles espirituales de los enfermos, quizás aquejados de una dolorosa dolencia o quizás algo tan sencillo como unos puntos de sutura en un accidente leve.

A Luis Armando de Jesús Leite dos Santos se le han muerto más de 300 personas en los brazos. Ni es cirujano en la UCI ni cooperante en zona de conflicto. Este brasileño de 47 años es fraile de la orden de los camilos y trabaja como capellán de hospital desde 1986. Ahora desempeña su misión pastoral en la nueva Fe de Valencia. Sí: oficia misa en la capilla del hospital, confiesa a los fieles y lleva la comunión a los encamados a diario. Lo normal. Pero, ante todo, imparte la unción de enfermos a quienes tocan la muerte con la punta de los dedos y acompaña en el lecho de muerte a muchos de ellos (quienes no tienen a nadie más a su lado, quienes lo quieren así) en el trance final de su vida. «Nunca dejé que un paciente falleciera solo siempre he pedido que me avisaran cuando agonizaba para cogerlo de la mano», dice.

Este es un «oficio» casi invisible (incluso en el seno de la Iglesia) y algo venido a menos. Sin embargo, sigue encerrando todo el dramatismo derivado de la potente combinación que resulta al unir el dolor, el sufrimiento y la muerte, con la religión y las esperanzas de curación o resurrección. De hecho, escuchar las «confesiones» de un capellán de hospital sobre estos últimos y trágicos momentos desmonta tópicos e ilustra sobre la maleabilidad del alma humana. Aunque la finalidad de los capellanes no sea lograr la conversión de los enfermos, sino acompañarlos y ponerse a su disposición, hay gente que entra a un hospital declarándose ateo y sale de él o muere allí como creyente. Incluso en casos tan extremos como el que le sucedió a Vicente Boada, capellán del Hospital General de Valencia.

Lo cuenta de un tirón: «Una chica joven que tenía un cáncer tremendo que había derivado en metástasis pidió que me llamaran. Vivía con su pareja en unión libre y tenían dos hijos de 8 y 11 años sin bautizar. Y en esa situación límite en la que se hallaba me pidió que los casara en el hospital y que bautizara a sus hijos. Yo solicité autorización al arzobispado y, mediante la figura del matrimonio «in articulo mortis» y después de confesarlos y de que tomaran la comunión, los casé en la habitación. Y no te puedes imaginar lo emocionante que fue, con las madres y los cuñados presentes…! La mujer se aferró al valor de lo trascendente en ese momento tan duro», explica Boada.

Y no es la única, claro. Aunque no se citen nombres, Boada todavía recuerda a aquel paciente que, nada más ver el alzacuellos entrar por su habitación, le espetó: «No vull res de vosté!». «Pese a ello —añade Boada—, yo lo saludaba siempre que pasaba por su habitación. Un día, él me llamó y empezamos a hablar. Poco a poco vi como iba transformándose por dentro. Hasta que un día me pidió confesarse y tomar la comunión. Así se quitó el rencor que guardaba dentro de sí, y pidió incluso arreglar el testamento. Y murió en paz», asegura el capellán.

Por su parte, el capellán Pepe Sarrión, que lleva 30 años en el hospital Valencia al Mar, recuerda a un enfermo crónico no creyente que se intentó suicidar. Él se acercó a su habitación «como un amigo», sin pretender hablarle del Evangelio. Poco a poco, cuenta el cura, «mi testimonio, mi presencia y mi amistad le llevó a un proceso de conversión y a abrazar la fe. Porque había visto la cercanía del sacerdote, que era el que lo visitaba todos los días, el que lo animaba, el que le cogía de la mano y el que no lo dejaba nunca solo. Ese gesto le interpeló y le hizo convertirse a la fe católica. Y así, cuando murió, lo hizo dentro de la Iglesia y en la fe». En otros casos, la evolución no es tan espectacular, pero permite entender una idea que recalca Luis Armando: «El acompañamiento espiritual y humano de los capellanes no es sólo para creyentes católicos. Tenemos instrumentos como la logoterapia o el diálogo socrático para acompañar a personas ateas o de otras religiones».

Él recuerda múltiples ocasiones de acompañamiento a no creyentes. Como aquella vez en la que conoció a un hombre que se autodefinía como «comunista ortodoxo, ateo y defensor del materialismo histórico». Con ese alegato rechazó sus servicios en un primer momento. «Pero después, en cambio, reclamó mi presencia cuando estaba a punto de morir. Mantuvimos diálogos filosóficos sobre el bien, el mal, el sentido de la vida, la distribución de la riqueza y la mayor exposición de los pobres ante las enfermedades. Yo no estaba de acuerdo con todo, pero encontrábamos puntos de encuentro. Él murió como comunista ortodoxo y ateo, pero yo le aporté compañía humana en sus últimos días. Tanto es así que su familia me pidió que dijera unas palabras en la pequeña ceremonia civil y laica de despedida», rememora.

Luis Armando también explicita otros casos de utilidad no estrictamente religiosa. Por ejemplo, el caso de un ateo que aceptó su compañía. «Ã‰l tenía una gran conciencia moral y ética, y me pidió que le ayudara a reconciliarse con algunos miembros de su familia con los que había roto su relación. Y así lo hice: actué de puente entre el enfermo y su primera esposa. De ese modo, lo ayudé a morir en paz. Murió ateo, pero en paz», remarca el religioso brasileño.

No hace mucho, el propio Luis Armando también acompañó en su dolor a una familia de evangélicos de la secta pentecostal. «Mediante la Biblia, que ellos conocen muy bien, pude consolarles y llevarlos a que aceptaran la muerte de su familiar con la posibilidad de resurrección», apostilla. También recientemente ayudó a un musulmán, por quien intercedió ante el hospital para que le dieran comida no cocinada junto a derivados del cerdo, y a quien dio su palabra de avisar a un imán de la mezquita M-30 de Madrid para que le hiciera los ritos propios de los musulmanes tras su muerte. Y así lo hizo. «Todo ello —remarca el fraile camilo— son situaciones que provocan bien humano y que, si no hubiera presencia del sacerdote en el hospital, no se podrían dar. Muchas personas perderían la tranquilidad y la paz interior que les reportamos».

No obstante, como todo lo relacionado con la religión, la presencia de los capellanes de hospital también genera controversias. Y no se trata de polémicas en mayúscula, como puede ser la presencia de los capellanes en los comités de bioética de los hospitales. Hay pequeños enfrentamientos acerca de las sotanas hospitalarias. Una de ellas la vivió Vicent Boada: «Una vez me llamó una enferma. Unos hijos querían que la atendiera, pero otros no. Ganaron los del «no» y, finalmente, la mujer murió sin poderle impartir la unción de enfermos. Y eso no se puede negar nunca», sostiene.

Como la realidad social ya no es la que era, algunos capellanes han decidido adaptarse a ella. Es el caso de los frailes de los Siervos de María que atienden el Doctor Peset de Valencia. «Seguimos estando siempre al servicio de los pacientes y sus familiares, pero ya no vamos habitación por habitación como antes, sino que esperamos a que nos llamen los enfermos. ¿Por qué? Porque hay gente a la que molesta nuestra presencia. El ambiente ha cambiado mucho y ahora hemos optado por no invadir la intimidad de los demás enfermos que no nos requieren…», admite Andrés Boluda, uno de los tres frailes que hacen de capellán en el Doctor Peset. Él mismo constata con realismo que «la disminución del número de católicos y el aumento de personas de otras religiones han reducido los requerimientos a los capellanes y la forma de acercarse a los enfermos».

Ahora bien: este religioso defiende la permanencia del servicio por una razón fundamental. «Â¿Cómo llamaría un enfermo al sacerdote de su parroquia en los momentos finales de su vida en el hospital?» ¿Llegaría a tiempo el sacerdote? ¿Moriría el feligrés sin la extrema unción y el consuelo esperanzador de un sacerdote? Son preguntas que, a su juicio, siguen justificando la presencia en los hospitales de los alzacuellos que asoman por encima de las batas blancas. Preguntas aparte, hay una respuesta que le ha enseñado la experiencia a Luis Armando tras mirar 300 veces a la muerte. Y la lección que él ha aprendido sirve a todos, católicos y comunistas ortodoxos: «La vida es muy bonita y uno no debe perder el tiempo en tonterías. Porque al final —remata—, a la tumba no te llevas ni el dinero ni los diplomas, sino el cariño y el afecto de las personas que te estimaron».

Los capellanes de hospital siguen una formación continua para mejorar sus capacidades en la pastoral de la salud. Según explica Concha Gramage, presidenta de la comisión diocesana de la Pastoral de la Salud del arzobispado, los 55 capellanes, los dos diáconos y las 7 «personas idóneas» capacitadas para dar la comunión y asistir a los enfermos participan una vez al mes en un curso de perfeccionamiento.

La máxima responsable del arzobispado en pastoral de salud recalca que este servicio «es un complemento para la medicina, ya que el ser humano no está hecho sólo de materia. Tiene sentimientos y sufrimientos y necesita a una persona que se le acerque y le explique que su enfermedad no es ningún castigo de Dios, que le apoye, le dé la mano y haga presente su labor evangelizadora», asegura Gramage. Ella cuenta que, a veces, «en los momentos dramáticos, he visto a enfermas que se aferraban al capellán en vez de a su marido buscando ese sentido de trascendencia», explica.

Una labor de consuelo, acompañamiento y liberación de las ataduras de la enfermedad, del dolor y de la muerte en los casos graves e irreversibles. Estos ángeles de los enfermos, junto a los médicos y enfermeros/as, son la mejor transfusión o gotero, que tan solo proporcionan paz, satisfacción y alegría en medio del dolor y en muchos casos el duelo. Su intercesión, apoyo, ayuda y auxilio, son una labor para dar a conocer a todos nuestros lectores, que de alguna u otra forma, han pasado, pasan o pasarán por alguna Clinica u Hospital.


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