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Yo estuve el domingo, donde el Gobierno quiere cerrar un lugar de Culto Católico.

Vicente Nadal

Los agentes de la Guardia Civil en el acceso al Valle de los Caídos cumplían con órdenes. Y fue muy curioso que uno me pidiera con todo respeto que quitase la medida de la Virgen del Pilar -que llevo enanchada en el espejo retrovisor-. Porque en vez de ser morado o verde, es grabada con la bandera nacional, el guardia joven me dijo en palabras textuales "señor yo la llevo igual en mi choche, pero la orden que tengo es que no deje entrar a nadie, con ningún símbolo, ni bandera>" Accedí, la desate y me la puse en la cartera, me preguntó si llevaba algún símbolo "preconstitucional" lo que conteste que "No", me dejó pasar. Era de los primeros que entraba. Si pude ver, como coches de familia enteras, les registraba el maletero, incluso hacían bajar del automóvil a todos los ocupantes para registrar debajo de los asientos.

Tuve suerte y pude dejar el coche cerca de la hospedería, donde iba a celebrarse la Eucaristía. Asistí desde Valencia y solo, por varios motivos. El observar como el gobierno esta persiguiendo a la Iglesia, el ver como una Basílica Pontificia la cierran al culto, y el apoyar a los Benedictinos maltratados por Patrimonio Nacional, el Ministerio de Cultura y como no, Rubalcaba con todo su poder y gloria.

Pero quiero centrarme en lo emociónate, por lo realmente hice 800Km. Apoyar a los Monjes Benedictinos.

Fieles, de todas las edades y condición, descienden de los vehículos bien abrigados y con sus paraguas. No para de llover, la niebla iba a peor haciéndose todavía más densa. La explanada donde se encuentra el Monasterio es un ir y venir de gente y coches de la Guardia Civil subiendo y bajando. Al parecer han abierto algunos aparcamientos más abajo, pero como no se ve absolutamente nada los contuctores no se aventuran por el desvío de la basílica para llegar hasta ellos.

Los monjes benedictinos, conocedores de la masiva afluencia de fieles, retrasan el comienzo de la Misa. Al final, cuando apenas se distingue el altar desde unos pocos metros el padre Santiago Cantera da comienzo a la celebración. La voz de los niños de la Escolanía parte la niebla en dos y retumba por toda la explanada. La lluvia cada vez era mas intensa. La gente se arracima bajo los pórticos laterales. Otros, paraguas en mano, asisten de frente poniéndose como una sopa. Los monjes han instalado un tejadillo de lona y los escolanes se refugian bajo la cornisa de la entrada para que no se mojasen los cantorales.

Entre los asistentes reinaba la alegría. Los niños de la Escolanía, empiezan a cantar, cantan gregoriano, y lo hacen todos los días del año. -Esta es la única abadía de España en la que se canta a diario-, y es una riqueza cultural apenas conocida.

El coro, los monjes, el órgano, la lluvia, la niebla, el fragor fresco y húmedo de los bosques que rodean el Monasterio todo parece puesto ahí por un escenógrafo. El mensaje que la comunidad benedictina quiere transmitir es simple: el Valle de los Caídos es, aparte de un monumento con significado político, una iglesia donde se puede ir a orar y a oír Misa todos los días del año. Y fieles, por lo que se ve, no faltan. Para juntar a tanta gente en un lugar tan apartado y de difícil acceso un día como hoy, es necesaria una motivación muy poderosa. Las cinco o seis mil personas que han desafiado a los elementos esta mañana de domingo la tienen, -se llama fe, y mueve montañas-.


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