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Valencia ardió en la noche mágica de San José

Como si de un gran alivio de tratara, las fallas de 2013 ya son historia tras una larga noche en la que los monumentos, casi como fichas de dominó, fueron cayendo en un ritual, el de la «cremû, al que el corcho blanco ha hecho perder la brillantez de antaño —a cambio de muchas otras virtudes—. La secuencia de cremÃs y lágrimas, empezando por las fallas infantiles, siguiendo por el jardín botánico de Nou Campanar y la Valencia Daurada del ayuntamiento, todas ellas con bastante puntualidad, fue dilatándose en la noche para que los bomberos pudieran hacer frente al control del fuego, especialmente en aquellos cruces donde las fincas antiguas dejaban, en algún caso, espacios casi imposibles. Y es que, a pesar de la reducción en el tamaño de no pocos monumentos, los había que mantenían unas dimensiones tan espectaculares como, en el momento de prenderles fuego, peligrosas. Las fallas de 2013 pasarán a la historia como las más críticas de la historia moderna de la fiesta. Sin ningún género de dudas. Durante la dictadura se podía criticar lo que se podía: poco y con segundas y las crisis económicas de la Transición nunca llegaron a los niveles actuales, en los que se ha pasado, en tiempo récord, de unos reproches suaves, blanditos, acompasándose con la bonanza económica, a una virulencia inusitada dentro de los políticamente correcto. Esto es, atacar con más o menos saña pero sin llegar a hacer apología de la violencia. De hecho, los artistas se han vuelto más «bordes» cuanto más se han visto afectados, especialmente tras la subida al 21 por ciento del IVA. Lo visto en las escenas descoloca buena parte de las tesis de los estudiosos, tan amigos de establecer paralelismos entre el mundo actual y el franquismo. Dicho de otra forma, al PP se le ha atizado sin piedad. Especialmente, al Gobierno de España. De forma más contundente que en los últimos años de Rodríguez Zapatero, en que ya se empezaba a pasar hambre. Europa, personificada en Angela Merkel, también ha tenido una buena dosis de reproche, mientras que el ayuntamiento de la ciudad y el gobierno autonómico han acabado menos revolcados. Unas críticas que, seguro, habrían sido mayores si los inspectores de Hacienda no llegan con los monumentos ya finiquitados. Han sido las fallas del malestar, de la sensación de sentirse perseguidos por parte de una ciudadanía, la fallera, que se pregunta repetidamente qué han hecho para merecerlo. En la «cremû de ayer ardieron más de 700 monumentos grandes e infantiles —estos últimos fueron los primeros en ser pasto de las llamas— de la ciudad de Valencia, su área metropolitana y otras muchas localidades en que se celebran estas fiestas. La falla grande de Convento Jerusalén-Matemático Marzal, titulada «Qui paga mana», ganadora de la Sección Especial de este año, ardió a las 00.30 horas y a la una de la madrugada lo hizo, como manda la tradición, la falla grande de la plaza del Ayuntamiento, la última a la que se prende fuego ante los ojos llenos de lágrimas de la fallera mayor, Begoña Jiménez, en un balcón en el que también estaban la alcaldesa Rita Barberá, el presidente Alberto Fabra, el máximo responsable del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, y otros invitados oficiales.

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