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UN ENCUENTRO CON QUIEN TRAE LA VERDADERA SALVACIÃ"N

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Te propongo un encuentro en esta Cuaresma. De los encuentros que aparecen en el Evangelio y que el Señor tuvo en diversos momentos de su vida pública, hay uno que a mí, personalmente, siempre me causa un impacto especial. Me refiero al que el Señor tiene con Nicodemo, aquel magistrado judío. Este encuentro se produce una noche. Quizá fue a donde estaba Jesús a esas horas para que nadie viese cómo iba a preguntarle por las verdaderas cosas que tienen importancia en nuestra vida. Qué modo de presentarse Nicodemo!: "Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él". Qué encuentro más profundo el del Señor con Nicodemo! En ese encuentro personal, a altas horas de la noche, Nicodemo percibe quién es el que trae y da la verdadera salvación. Nuestro Señor, hablándole al corazón, le dice unas palabras que, a primera vista, le dejan desconcertado: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree tenga vida eterna" (Jn 3, 14-21). Sin embargo, ya en estas palabras estaba realizando una manifestación clara a Nicodemo: solamente la salvación verdadera, la que da la vida eterna, la trae Él. No busquemos otros salvadores, no existen o son salvaciones momentáneas. Solamente la salvación verdadera la trae Jesucristo. Cuando uno se entrega a esta salvación que es el mismo Señor, cuando acoge al Señor en su vida y le da forma en su existencia, es cuando comienza a entender lo que le dice a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios". Es el Señor quien nos entrega la curación verdadera Nuestro Señor se aplica a sí mismo el símbolo de la serpiente, aquello que nos cuenta el libro del Éxodo: los israelitas en el desierto eran acosados por una plaga de serpientes venenosas que mordían y hacían morir entonces Moisés, por indicación de Dios, fabrica una serpiente de bronce, la coloca en un estandarte a la vista de todos y les anuncia que quien sea mordido y mire a la serpiente de bronce, quedará curado gracias a la fe en Dios. El secreto estaba en la mirada: había que tener una mirada llena de confianza y de fe. Pero esta curación, simplemente, era de la mordedura de las serpientes. Ahora el Señor viene a algo más, viene a curarnos en toda nuestra identidad, quiere que experimentemos que mirándole a Él tenemos la vida eterna, la vida verdadera. Nadie puede entregar esta salud integral a la existencia humana más que Él. Jesús toma este episodio de la serpiente, que sabía que Nicodemo conocía, y se lo aplica para sí: "lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre…". Y es que Nuestro Señor Jesucristo quiere decir a Nicodemo, y en Nicodemo a todos nosotros, que Él, elevado en la Cruz, es presencia salvadora, la única y verdadera salvación del hombre. Él es la revelación de Dios. Es Dios mismo que ha venido a este mundo para salvar a todos los hombres y para que todos los que lo miren con confianza y con fe, experimenten la verdadera salvación y tengan la vida eterna. Mirar al Señor y poner la confianza en Él para tener Vida ¡Qué fuerza tienen las palabras del Señor! Todo el que lo mire, todo el que le deje entrar en su existencia y se adhiera a Él, todo el que acepte su Amor, obtendrá la vida eterna, es decir, participará de la vida de Dios mismo. Más que nunca, todos los hombres y mujeres de este mundo necesitamos levantar la mirada a Nuestro Señor Jesucristo, clavado en el madero de la Cruz, que es la expresión del Amor extremo, del Amor más grande, del Amor que construye y realiza al ser humano. El Libro de las Crónicas (cf. 2 Cro 36, 14-16. 19-23) nos manifiesta la situación del hombre cuando vive alejado de Dios, fuera de su misericordia, que es cuando experimenta la esclavitud, y otra situación del ser humano muy diferente, cuando deja que Dios se acerque y entre en su ser, pues así llega la liberación total, a la Vida. Todos los momentos de la historia son buenos para escuchar al Señor. Pero este tiempo histórico que vivimos necesita con urgencia de esta Palabra que el Señor dirigió a Nicodemo. Estamos en un momento en el cual el hombre necesita la cercanía de Dios. Dejemos que sea el Señor el que nos hable, con aquella cercanía que sintió Nicodemo, la misma que le permitió descubrir a aquel magistrado judío que la salvación, la vida verdadera, solamente la entregaba Jesucristo. Pero había que mirar al Señor en la Cruz. Había que contemplar a Jesucristo con esa mirada de fe, de confianza, con ese Amor experimentado en lo más profundo del corazón, ese Amor de Dios que nos hace ser de nuevo. Solamente Jesucristo nos ofrece el Amor, la Vida y la Esperanza El Hijo del Hombre elevado es la expresión del Amor de Dios a la humanidad. En Jesucristo, levantado en alto, Dios ofrece el Amor, la Vida y la Esperanza al mundo entero. Cuando el Señor es levantado en lo alto, todos pueden comprobar que Dios es Amor. Hoy el Señor nos invita en Nicodemo a alzar nuestra mirada al mismo Jesucristo Crucificado y Resucitado, que ofrece la vida en plenitud a todos. Alcemos la mirada a Cristo en la Cruz. Hagámonos conscientes de que hoy el veneno de las serpientes no se ha terminado. Andamos mordidos por muchas serpientes: violencia, competitividad, injusticias, consumo, insolidaridad, ambiciones, falta de fe, vacíos profundos en nuestra vida, pérdida del sentido de la vida, situación económica adversa, falta de trabajo. Todo nos está invitando a alzar la mirada a quien trae la salvación y la vida eterna, que no es otro que Jesucristo Nuestro Señor. Nos da otra manera de vivir, de ser, de actuar, de comprometernos, de situarnos en medio de esta historia. Todo cambia, no con nuestras fuerzas, sino con la fuerza y la gracia de Dios. Todos los hombres tenemos alguna mordedura de serpiente. Todos los que os sintáis mordidos por cualquier serpiente, levantad la mirada al Señor. Y es que en el Evangelio, se nos ofrece la explicación última de esta invitación: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su único Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan Vida Eterna". Aquí está el centro de la fe cristiana y de la Buena Noticia. Como nos dice la Carta a los Efesios, estábamos muertos y por pura gracia hemos sido salvados: "Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que Él determinó practicásemos" (cf. Ef 2, 4-10). Propuesta y compromiso para esta Cuaresma Nunca olvidemos a Dios. Pongamos nuestra vida en sus manos. Dejemos que Él entre en nuestra existencia. No olvidemos al Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, un Dios cercano a nuestro mundo y a nuestras circunstancias, que nos ama sin condiciones, que nos anima y nos sostiene, que nos llama a una vida plena. No caigamos en esta tentación de la que nos avisa hoy el Evangelio: "Que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz". Que ante este Amor que se nos revela en el Señor levantado en la Cruz, dejemos nuestros miedos y nuestras lamentaciones y nos volvamos hacia Él. Con profunda humildad y mirando al Señor Crucificado, digamos: cúranos Señor de toda mordedura que tengamos. Amén. Con gran afecto, os bendice + Carlos, Arzobispo de Valencia


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