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Rápida desvirtuación de una joven democracia: Capitulo I

Ibiza Melian

Por raro que pareciese el cambio de régimen en España esta vez no se producía a manos de un pronunciamiento militar, sino de forma natural, sobre los cimientos de un sistema ya agotado. El largo periodo de la Restauración, capitaneada por una longeva Monarquía que no supo adaptarse a los nuevos tiempos, daría paso a la Segunda República mediante unas elecciones democráticas.

Los anhelos de regeneración brotaban en gran parte de la sociedad. La cual era eminentemente rural, desempeñando un 45,5% de la población activa funciones agrícolas, mostrándose perentoria una reforma agraria. Dedicándose el resto a la industria y sector servicios. Propiciando abismales desigualdades regionales, por lo que se requería no sólo una profunda modernización política, sino también socioeconómica. Además de una mejora de las condiciones laborales. Economía enormemente lastrada por la crisis que azotó virulentamente al mundo durante la denominada "Gran Depresión", la cual no se superaría hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Por otro lado el gran analfabetismo reinante, denunciado vehementemente desde hacía tiempo por: los institucionistas regeneracionistas Generación del 98 y del 14 a la que se sumarían la savia nueva del 27, considerablemente influenciada por el pensamiento de José Ortega y Gasset lucharían por universalizar la educación, intentando llegar a sectores hasta ese momento marginados. Aumentando el cuerpo de maestros estatales, incrementándoles el sueldo y mejorando sus condiciones.

Uno de los aspectos que se trataría igualmente estribaría en torno a las espinosas cuestiones suscitadas a tenor de los nacionalismos y regionalismos. Asimismo se pretendía ejecutar una reconversión del colectivo militar, buscando restarle protagonismo en el área pública, además de su fiel adhesión al nuevo gobierno republicano. En cierta manera quizás para evitar que se repitiese otro golpe de Estado, fórmula a la que tantas veces se recurrió en el pasado. Augurio que postreramente se cumpliría.

No obstante, sería en el ámbito religioso donde se enfrentarían los sectores más radicalizados de las dos Españas. Encono que alcanzaría su momento álgido el 11 de Mayo de 1931, tras el incendio y asalto de numerosos conventos, colegios y centros católicos a manos de un grupo de exaltados.

A pesar de que el Vaticano dio claras órdenes a los obispos para que aceptasen al nuevo orden político instaurado, siendo por lo general la actitud de éstos bastante prudente al respecto, acatando lo mandatado, inevitablemente surgieron tempranamente notas discordantes. El 1 de Mayo de 1931 el cardenal primado Pedro Segura (1880-1957), lanzaba a través de una pastoral una incendiaria soflama: "Cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo". Instando a los monárquicos a reorganizarse para arrebatar el poder en las urnas a los republicanos.

Siguiendo tales indicaciones, el 10 de Mayo se inaugura en Madrid un Circulo Monárquico, que aspiraba a aglutinar el máximo número de apoyos, al objeto de concurrir a los siguientes comicios. En un momento del acto, uno de los asistentes al mismo, puso en funcionamiento un gramófono, escuchándose inmediatamente la Marcha Real. Lo que fue interpretado por los republicanos que alcanzaron a oír la melodía en el exterior como un auténtico ataque. Iniciándose a partir de ahí los caóticos disturbios. Provocando finalmente la destitución del cardenal primado por la Santa Sede, ante la gravedad de los sucesos acontecidos y por su negativa a modificar su beligerante actitud.

Episodio que llevaría a José Ortega y Gasset a manifestar su pública repulsa, editada en el Sol, el 11 de Mayo de 1931: "(…) Quemar (…) conventos e iglesias no demuestran ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a destruirlas. El hecho repugnante avisa del único peligro grande y efectivo que para la República existe: que no acierte a desprenderse de las formas y las retóricas de una arcaica democracia en vez de asentarse desde luego e inexorablemente en un estilo de nueva democracia. Inspirados por ésta, no hubieran quemado los edificios. (…) La imagen de la España incendiaria, la España de fuego inquisitorial, les habría impedido, si fuesen de verdad hombres de esta hora, recaer en esos estúpidos usos crematorios.(…)"


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