Carlos Dómine___________

Si preguntan a cualquier europeo cuál cree que será el mapa político de nuestro anciano continente dentro de unas pocas décadas, sin duda alguna, hablará posiblemente de una Europa unificada bajo un único Estado, bien de carácter federal bien confederal... Su imaginación paseará por las praderas de una lengua oficial común, de un Ejército único, de un Presidente de todos los europeos, e incluso de una Constitución unificada... Imaginará una Europa liderada por el espíritu germánico y galo. Una Europa dirigida por las naciones más fuertes y solidaria con las más debiles... Pero el optimismo no suele ser más que un velo que nos oculta de la triste realidad, un maquillaje impreso sobre el rostro decrépito de la vida... Europa será cualquier cosa en el futuro... Pero nunca se barnizará con esas ideales pinturas descritas allá arriba... Europa no es más que un triste conglomerado de culturas mal avenidas, que se deben soportar unas a otras, porque no les queda más remedio una corralesca comunidad de vecinos en la que todos quieren hacer retumbar su voz, que siempre es acallada por los vecinos más ricos: Alemania y Francia... Nunca veremos un único ejército. Jamás una lengua europea común. Nunca una verdadera Carta Magna que, como tal, pueda ser calificada... Jamás veremos una Europa realmente unificada. Nuestro artrósico continente, enfermo de Historia y glorias periclitadas, nunca liderará nada por sí solo... Y eso lo podemos contemplar ya en su reumática actividad de nuestros tiempos, que parece captada por una cámara al ralentí... La salvación de Europa, su única salvación, vendrá, indubitablemente -en un futuro más o menos lejano-, de la mano de América... De los Estados Unidos de América, si, dentro de unas décadas, hacen suya la perentoria necesidad de una mayor unificación que plante cara al esclavista mundo chino que se cierne sobre Occidente como una sombra de humillación. Veremos algún día una América más generosa y, a la vez, más grandiosa. Una América que irá incorporando, poco a poco, a diversos Estados europeos, como Estados libres asociados. Unas naciones europeas que acabarán renunciando a sus renqueantes leyes sin ningún futuro -pero con todo el pasado de la Historia-, y que se verán mecidas por las nuevas normas, las nuevas costumbres, los nuevos usos de un nuevo mundo anegado de vida y de optimismo real. Nunca habrá unos Estados Unidos de Europa, sino unos Estados Unidos de Occidente...