PÃo Moa
Decimos que algo existe cuando lo situamos en el tiempo y el espacio. Pero hay cosas que parecen ajenas a esos determinantes, por ejemplo las fórmulas matemáticas. Sin embargo, estas existen de dos maneras: el hombre las va descubriendoo elaborando en tiempos y espacios determinados. Y, segundo, existen solo en relación con nuestra mente. ¿ExistÃa de algún modo el teorema de Pitágoras antes de que el hombre lo elaborase? Es un problema sin solución aparente. ¿Existe el mundo sin que alguien, una inteligencia, lo perciba, lo conciba y lo explore? Seguramente sÃ, porque se hace evidente a nuestors sentidos y a nuestra sensibilidad, a veces de forma muy dolorosa. El hombre lo percibe y explora de dos formas distintas: con los sentidos -que, sabemos, son muy limitados y nos engañan a menudo—y con la mente, mediante la lógica, el razonamiento cientÃfico y la interconexión con lo existente mediante, por ejemplo, el experimento o una práctica más general. Ahora bien, la lógica y la exploración tienen el mismo rasgo básico que los sentidos: son caracterÃsticas humanas. Es decir, serÃa muy aventurado pretender que nos dan informaciones y nos llevan a conclusiones definitivas y sin alternativa. Entendemos el cosmos, en la medida en que lo entendemos, a través de nuestras capacidades, que debemos considerar por principio limitadas. Los entes matemáticos se parecen a los fantasmas en el sentido de que no existen fuera de nuestra mente pero, a diferencia de estos, podemos interrogarlos mediante experimentos, comprobar sus efectos prácticos y utilizarlos de diversas formas.
¿Ocurre lo mismo con la idea de Dios? Esa idea, o bien la consideramos una creación de nuestra mente, o bien lo contrario, la causa de la creación del cosmos, incluidos nosotros y nuestro pensamiento. Asà como no tenemos ningún problema en declarar la geometrÃa una creación de nuestra mente -aunque no una creación arbitraria, al modo de los fantasmas—con la idea de Dios pasa algo muy distinto: o bien consiste en una intuición profunda de algo exterior a nosotros y a la naturaleza y causante de ellos, o bien es una creación no arbitraria de nuestra mente, al modo de las matemáticas, o bien es una creación arbitraria, al modo de los fantasmas o las quimeras. En el tercer caso, tendrÃamos que preguntarnos por qué y cómo se ha concebido tal idea y la razón de su influencia en el ser humano. En el segundo, no tiene sentido preguntar por la existencia de Dios, ni por la del teorema de Pitágoras pero la no-existencia de uno y de otro en el tiempo y el espacio son muy diferentes.
AsÃ, las fórmulas matemáticas, pese a no existir propiamente hablando, nos sirven para entender y manejar la realidad, o aspectos de ella, como si algo inexistente tuviera un reflejo en la realidad. Podemos concebir a Dios de un modo similar, como algo inexistente (por estar más allá del espacio y del tiempo, ya que serÃa la causa de estos), pero que debe reflejarse en la realidad, en su creación. Sin ese reflejo, la idea de la divinidad serÃa inane, sin consecuencias, o bien una simple ilusión quimérica. Aunque su modo de reflejarse diferirÃa del modo utilitario propio de las fórmulas matemáticas ¿De qué modo se reflejarÃa Dios en su creación? He aquà el problema.