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La Fundación

Luis del Pino

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 20/FEB/2011: "La Fundación"

"La Fundación" es, quizá, la serie de novelas más conocida de uno de los autores de ciencia ficción de más renombre, Isaac Asimov.

En esa trilogía, Isaac Asimov nos describe un mundo futuro, en el que se ha establecido un Imperio Galáctico que abarca a todos los soles de nuestra Vía Láctea. La trama comienza cuando ese Imperio Galáctico se desmorona, tras lo cual se produce una era de incertidumbre, de anarquía y de caos, que sólo acabará cuando logre establecerse el Segundo Imperio, unificando de nuevo a toda la galaxia.

Obviamente, la trama se inspira en nuestra propia historia de la civilización occidental, que vivió - tras la caída del Imperio Romano - una época de anarquía y de caos (lo que denominamos la Edad Media), que sólo terminaría con la aparición de los estados nacionales en la Edad Moderna.

Lo que hace interesante a la novela es que Isaac Asimov plantea en su historia el tema de la ingeniería social. En el momento de caer el Imperio Galáctico, un grupo de expertos en ciencias sociales crea lo que denominan "La Fundación" y se dedican a tratar de dirigir en la sombra a la Humanidad, con el fin de conseguir acelerar el establecimiento del Segundo Imperio y acortar así el período de oscuridad y de anarquía entre un imperio y el siguiente.

Básicamente, sería algo así como si un grupo de monjes se hubiera propuesto, tras la toma de Roma por los bárbaros, "dirigir" a todo Occidente en la sombra, con el fin de conseguir reducir todo lo posible los mil años de duración de la Edad Media.

La novela resultó un éxito en su día y posiblemente sea la obra de Isaac Asimov que mejor ha resistido el paso del tiempo. Los temas que plantea siguen teniendo vigencia en la actualidad, porque retrata el eterno conflicto entre quienes quieren dirigir a la Humanidad en un cierto sentido - supuestamente beneficioso - y esa Humanidad que se resiste a ser dirigida y que quiere disponer de libre albedrío.

Dejando aparte la pregunta de si verdaderamente la Edad Media fue más brutal que el Imperio Romano anterior, o que la Edad Moderna posterior, la crítica que podría hacerse al planteamiento de Asimov es que incurre en el pecado de la ingenuidad. Porque toda la trama se basa en la existencia de esa misteriosa Fundación, compuesta por científicos, que vela desinteresadamente por el bien de toda la galaxia, cuando la experiencia histórica nos indica que tales elites bienintencionadas son la excepción, en lugar de la norma: una vez que se constituye, en cualquier lugar de la Tierra, una elite directora, ésta termina derivando antes o después en una casta privilegiada, que utiliza su poder y sus mecanismos de control para perseguir su propio beneficio y no el de sus semejantes. Vamos, que todo luchador socialista por los derechos de los trabajadores - por poner un ejemplo - termina montando una hípica, y eso suponiendo que al principio le animaran las buenas intenciones.

Viene todo esto a cuento de que dentro de tres días se cumple el trigésimo aniversario del 23-F, aquel golpe de estado en el que nuestros servicios de información se dedicaron a la vez a dar y parar el golpe y del que aún hoy seguimos sin conocer todos los detalles.

Quizá sea buen momento para echar la vista atrás y comprobar cómo nuestra historia democrática está llena de lagunas, de zonas de sombra. Y cómo, desde las zahúrdas del estado, se han hecho descomunales esfuerzos para ocultarnos a los ciudadanos información fundamental para poder decidir en libertad. Y que todo eso se ha hecho, precisamente, para preservar la capacidad de decisión de esa elite directora que se ha creído con derecho a señalar el camino que España debía recorrer, en lugar de dejar que fueran los españoles los que eligieran su propio camino.

Además de al 23-F, esas zonas de sombra se extienden aún hoy a sucesos como el incendio del Hotel Corona de Aragón, que por fin el Tribunal Supremo terminó reconociendo como un atentado, pero que a la opinión pública se le vendió en su día como un accidente. O a episodios como la trama de los GAL, con respecto a la cual somos conscientes de que tan sólo conocemos una minúscula parte. O, por supuesto, a catástrofes como el 11-M, del que sabemos que nos han querido ocultar la verdad, pero del que aún desconocemos a los auténticos autores.

Todos esos sucesos tienen una cosa en común: alguien decidió que la opinión pública no tenía derecho a conocer la verdad o una parte de la misma. Y todo con el fin de llevar a los españoles por donde los españoles no hubieran deseado ir de motu proprio. El 11-M es un ejemplo muy claro: ¿alguien cree que estos últimos siete años de nuestra historia hubieran sido iguales, de no haberse producido esa masiva ocultación de pruebas en la investigación de la masacre de Madrid?

Pero el caso del Hotel Corona de Aragón es también clarísimo: siendo un atentado, la clase política decidió, de común acuerdo, que a la ciudadanía había que decirle que el incendio fue accidental. ¿Y cuál es la razón? Pues que, de haberse sabido la verdad desde el primer momento - de haber sabido desde el principio que se trató de un atentado terrorista - posiblemente el desarrollo autonómico habría quedado automáticamente congelado, ya que la opinión pública habría exigido a gritos una política de mano dura con ETA y con los nacionalismos.

Es decir, que vivimos en un país en el que una elite dirigente es capaz de decidir qué cosas tenemos derecho a saber y cuáles no. Y todo ello con el fin de llevarnos por la senda que esa elite ha decidido, en lugar de dejar que sean los españoles los que decidan si quieren transitar por esa senda o no.

Y, a diferencia de la Fundación bienintencionada que se retrata en la novela de Isaac Asimov, esa ocultación y esa ingeniería social que sufrimos en España no se llevan a cabo por el bien de los españoles, sino con el único fin de que esa elite dirigente pueda autoperpetuarse y seguir prosperando a nuestra costa.

Porque en España, a lo que se dedican las fundaciones, por regla general, es a lucrarse a costa de nuestros bolsillos, no a velar por el bien de la galaxia.


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