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Entre fantasmas

Luis del Pino

El fantasma de Canterville" es una deliciosa parodia de las novelas de terror, escrita por Oscar Wilde. Narra la historia de la familia Otis, una acaudalada familia americana que compra el castillo de Canterville Chase, a pesar de las advertencias de que está embrujado.

El fantasma que habita el castillo trata desesperadamente de amedrentar a sus nuevos habitantes. Cada día, en el suelo del salón aparece una mancha de sangre. Y cada día, la despreocupada señora Otis se encarga de que limpien esa mancha con el milagroso "Quitamanchas del señor Pinkerton". Pero por mucho que la limpian una y otra vez, esa mancha de sangre vuelve siempre a reaparecer al día siguiente.

No les contaré cómo sigue la historia, porque merece la pena que la lean ustedes, si todavía no lo han hecho, o si hace mucho que no lo hacen. Sólo les diré que las manifestaciones del fantasma no terminan hasta que uno de los miembros de la familia consigue que el atormentado espectro se desembarace de sus pasadas culpas y consiga descansar, por fin en paz consigo mismo.

Ayer, una multitudinaria manifestación recorrió las calles de Madrid. Españoles venidos de todas partes de nuestro país abarrotaron el recorrido marcado por los organizadores, respondiendo al llamamiento realizado por Voces contra el Terrorismo, por otras seis asociaciones de víctimas, por la práctica totalidad de asociaciones vinculadas a la Guardia Civil, por decenas de movimientos cívicos y por algunas formaciones políticas.

Esa enorme muchedumbre gritó con las víctimas, alto y claro, que la sociedad española no está dispuesta a que ETA desaparezca sin una previa derrota que no piensa consentir que la muerte de tantos españoles haya sido en vano que no piensa tolerar que se premie a los asesinos, ni porque maten, ni porque dejen de matar y que está dispuesta a movilizarse junto con sus representantes políticos - si éstos cumplen con lo que de ellos se espera - o al margen de ellos - si esos representantes abdican de sus obligaciones.

Nuestro panorama político actual, por desgracia para todos, no es ninguna parodia. Y, al contrario que la historia de "El fantasma de Canterville", tampoco tiene nada de delicioso.

Pero sí comparte con el cuento de Wilde un cierto simbolismo. Porque hoy, en España, cada vez que miramos al salón por el que discurre la vida política, no podemos evitar fijarnos en la ostentosa mancha de sangre que una y otra vez reaparece, por mucho empeño que algunos ponen en hacerla desaparecer.

Son demasiados los muertos, es demasiado el sufrimiento, como para que ese reguero de sangre pueda ser ignorado, aunque haya quien se empeñe en mirar hacia otro lado. La democracia y el estado de derecho son demasiado preciosos, demasiado valiosos, como para que podamos jugárnoslos simplemente fingiendo que no vemos la sangre que anega el salón.

Algunos han utilizado todos los medios, todos los quitamanchas milagrosos del señor Pinkerton, para que la sociedad española no viera esa sangre que clama justicia. Pero todo ha sido en vano.

Se ha intentado ningunear a todos los que se negaban a que se sirva en bandeja a ETA una salida pactada. Pero el clamor de protesta ha conseguido, una vez tras otra, abrirse camino a través del muro de silencio.

Se ha intentado desactivar a las asociaciones de víctimas que protagonizaron la rebelión cívica en la legislatura pasada. Pero las protestas han encontrado su cauce en nuevas asociaciones.

Se ha intentado acallar a los medios de comunicación que servían de altavoz a las inquietudes de las víctimas. Pero esos altavoces han encontrado formas nuevas de hacer llegar su mensaje a una ciudadanía que no está dispuesta a renunciar a su condición de tal.

Se ha intentado privar, a los que nos oponemos a la victoria de ETA, de cualquier apoyo político. Pero no han faltado nunca las voces políticas que han secundado el llamamiento de las víctimas, aunque sea oponiéndose a las directrices oficiales de su propio partido.

Una y otra vez, el Gobierno se ha aplicado, con un celo digno de mejor causa, a tratar de borrar ese rastro de sangre y de dolor que ETA ha ido dejando a lo largo de 40 años de muerte, con el fin de blanquear el pasado de los asesinos y sus privilegios presentes y futuros.

Una y otra vez, el Gobierno ha tratado de cercenar todos los dedos indiscretos que apuntaban a ese rastro de sangre jamás borrado.


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