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El motín de los gatos

Luis del Pino

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 19/12/2010

A todos ustedes les sonará el famoso "motín de Esquilache", que tuvo lugar en Madrid en tiempos de Carlos III. Lo que quizá no les suene tanto es su antecesor, el "motín de los gatos", que se produjo también en Madrid 67 años antes, en las postrimerías del reinado de Carlos II.

Y, sin embargo, a pesar de no ser tan conocido, el "motín de los gatos" tuvo unas profundísimas consecuencias en la escena política del momento y en la Historia de nuestro país.

Estamos en 1699. Carlos II El Hechizado se está muriendo y Madrid es un hervidero de intrigas, alimentadas por la diplomacia europea, ya que la dinastía española se extingue y las casas francesas y austriaca compiten por heredar la corona.

El ambiente se ha ido enrareciendo poco a poco, ya que las sucesivas malas cosechas, combinadas con la ineficacia del Gobierno y con el calamitoso estado de nuestras infraestructuras y de nuestro tejido productivo, provocan una terrible crisis económica a partir de 1698. El precio del trigo se duplicó de un año para otro, decenas de miles de artesanos quedaron arruinados y los campesinos afluían cada vez en mayor número hacia la capital, en busca de un trabajo o de algo que llevarse a la boca.

El hambre hizo su aparición en Madrid y en las zonas agrícolas circundantes. La escasez de pan era tal que los panaderos tenían que ser escoltados por alguaciles, para que no los asaltaran. La delincuencia aumentó de manera espectacular.

El 28 de abril de 1699, se produce un suceso aparentemente menor, pero que terminaría sellando el destino de la sucesión a la Corona de España. Aquella mañana de abril, el corregidor Francisco de Vargas se desplazó a la Plaza Mayor para realizar una visita de inspección. Allí, una mujer se encaró con él: "Mi marido está sin trabajo", le dijo. "El pan es caro y de mala calidad. Tengo seis hijos que alimentar y no puedo darles de comer".

Ante estos reproches de la mujer, al corregidor no se le ocurrió otra cosa que contestarle: "Pues mandad castrar a vuestro marido, para que no os haga tantos hijos".

Varias de las personas presentes en la plaza comenzaron a reprochar la actitud del corregidor y a insultarle y éste dio orden de detener a algunos de los que le increpaban. Pero eso no hizo sino enfurecer más a la multitud, que empezó a apedrear a Francisco de Vargas y al alguacil que le acompañaba, los cuales tuvieron que refugiarse en una tienda cercana.

Al grito de "Queremos pan", comenzó a congregarse una muchedumbre de varios miles de madrileños, que terminaron por encaminarse a Palacio para transmitir sus peticiones al rey Carlos II.

En Palacio, donde los amotinados consiguieron penetrar, el conde de Benavente logró convencer a la turba de que dirigiera su ira no contra el monarca, sino contra el Gobierno responsable de la carestía de alimentos, es decir, contra el presidente del Consejo de Castilla y valido del Rey, el conde de Oropesa.

Y así fue. Los amotinados se dirigieron hacia la Plazuela de Santo Domingo en busca del valido, a quien los rumores acusaban de acaparar alimentos. En el intento de asalto de la residencia del Conde de Oropesa se produjeron los únicos muertos de la jornada, menos de media docena.

El motín no duró ni 24 horas, porque el rey aceptó rápidamente las exigencias de los amotinados y destituyó al Conde de Oropesa y al Corregidor de Madrid, así que estamos ante una revuelta que en principio parece de poca entidad.

Y, sin embargo, como les decía, las consecuencias políticas fueron de largo alcance. Porque, a causa del motín, fueron alejados de la Corte, en los meses sucesivos, todos los partidarios del archiduque Carlos de Austria, que estaban encabezados por el Conde de Oropesa y se agrupaban en torno a la reina, Mariana de Neoburgo. Y se alzaron con la victoria, en la carrera de la sucesión, los partidarios de Felipe de Anjou, el futuro Felipe V de Borbón.

De ese modo, una respuesta prepotente de un corregidor a una mujer hambrienta terminó siendo aprovechada por las facciones políticas en lucha y decidiendo el destino de España.

Nuestro país se encuentra hoy sumido en una crisis también profundísima. Y, al igual que entonces, también las intrigas parecen multiplicarse al calor de la descomposición que se percibe en el régimen.

Y, como entonces, a la mala situación económica de muchos españoles se unen la prepotencia y el desinterés de quienes nos gobiernan, que día tras día afrentan a los españoles con su despilfarro, con sus corruptelas, con su ineficacia y con su voracidad impositiva.

Como entonces, son los que menos tienen los que pagan la factura de la crisis, mientras que a los ex-políticos se los aparca en puestos millonarios, mientras que los dineros públicos se dilapidan y mientras que los diputados cuentan con jubilaciones de privilegio.

No sé si la clase política es consciente de ello, pero su actitud resulta insultante. Hace un par de días teníamos la oportunidad de ver las imágenes de la intervención del presidente del Congreso en la cena organizada por la Asociación de Periodistas Parlamentarios. Creo que nada resume mejor que esas palabras y actitudes de Bono la situación actual: mientras el pueblo español se sumerge en una ruina cada vez más profunda, nuestros representantes viven en una carcajada perpetua.

¿Serán conscientes sus señorías de que hay hoy muchas personas que, como esa mujer que se encaró con el corregidor Francisco de Vargas, no tienen ni para dar de comer a su familia?

Lo dudo. Si fueran conscientes, creo que no se atreverían a reírse a mandíbula batiente y a perder su tiempo en intrigas de salón.

Permítanme que termine recitando una de las coplillas que circuló por la Corte en los días inmediatamente posteriores al "motín de los gatos". En aquella época, los impuestos tenían nombres muy curiosos: sisa, alcabala, millones... La coplilla dice así:

Millones, sisa, alcabala y otras mil imposiciones dan de comer a ladrones. Y es, señor, vergüenza mala que un reino, con quien no iguala ninguno, aunque más le sobre,

se vea mendigo y pobre.


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