Valencia Opinión Revista - Noticias de la Comunidad Valenciana y sus pueblos

El Islam llama a nuestra puerta

Roberto Rodrigo Jiménez

El Islam, la religión fundada por Mahoma allá por el siglo VI, que en su fase de máxima expansión militar se enseñoreó de gran parte de la península ibérica y que hoy, tantos siglos después, se ha convertido en la religión con más fieles reconocidos del planeta. Infiltrada cada vez con mayor pujanza en occidente y alimentada con la propia debilidad de los occidentales incapaces de defender su forma de civilización.

Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido así misma desde dentro, lo escribió Will Durant. Y el Islam sabe bien como precipitar esa destrucción. Habría que empezar recordando una verdad incontrovertible que es también una enseñanza de la historia, las civilizaciones las fundan las religiones y con el ocaso de las religiones, las civilizaciones se van apagando hasta su extinción. La convivencia humana reclama una ligazón colectiva, una adhesión a una visión particular del mundo que sólo proporcionan las religiones. Cuando tal visión del mundo es compartida, como ocurre en el Islam, es posible acometer con entusiasmo empresas conjuntas. Cuando tal visión se disgrega, corrompe o sustituye por idolatrías de signo político diverso como ocurre en occidente, no sólo resulta imposible acometer empresas conjuntas, sino que la propia convivencia humana se torna poco a poco insostenible. Y es que toda verdadera sociedad humana debe fundarse en convicciones compartidas. Cuando tales convicciones dejan de existir, su defunción ya ha sido firmada.

La pujanza creciente del Islam en occidente se alimenta de nuestra incapacidad suicida para defender nuestras convicciones que ya sólo sobreviven como declaraciones pomposas y carentes de sustancia porque el fuego que les daba calor, que era de naturaleza religiosa, se ha apagado. Occidente está enfermo de relativismo, y esta enfermedad instigada y sostenida por el pensamiento dominante acrecienta cada día su debilidad. Lejos de demostrar una determinación increbantable en la defensa de sus principios, occidente proclama que no existen principios de validez universal, sino más bien valores particulares que deben confrontarse con valores procedentes de otras culturas. Defender los valores propios se convierte automáticamente en un ejercicio de prepotencia intelectual, de arrogancia fundamentalista, de imperialismo cultural.


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