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Abuelo, cuéntame un cuento.

Amalia Wollstein

Recuerdo mi niñez, sentada sobre las rodillas de mi abuelo, absorta, escuchando los relatos que contaba, casi siempre inventados, pero con su moraleja final, que me hacía pasar las horas de lo más entretenida, a la vez que, sin darme cuenta, me iba formando como persona con las cosas que iba sacando de las palabras que salían de su boca. Una y otra vez, esa imagen vuelve a mi cabeza. Ya más mayor lo recuerdo siempre rodeado de niños, primero mis primos, luego mis hijos, deleitando a los zagales, como él les llamaba, con esos cuentos que siempre se repetían a lo largo de los años, pero tan eficaces a la hora de entretener y enseñar.

Y los niños no paraban de repetir. "Abuelo cuéntame un cuento".

Hoy en día, yo ya soy abuela, pero como la mayoría de mi generación, los abuelos en la actualidad no nos paramos a contar cuentos a los nietos, eso sí, les compramos todos los juguetes, para que luego les arrinconen, porque tienen demasiados, les bajamos al parque para que se cansen y cuando lleguen a casa caigan rendidos, o les ponemos a su alcance todos los programas de dibujos para que se entretengan y nos dejen tranquilos, y con ello, lo que es peor, les vamos habituando a que vean en la televisión un referente de lo que está bien o está mal, esa televisión tan falta de valores que hacen que los niños aprendan lo que este medio les ponga delante, esté bien o mal. Si ya en los programas de los más pequeños estos valores son escasos, en la medida que los niños crecen, los programas que son para ellos les hacen más inapropiados.

Las series "juveniles" son un amasijo de actitudes que no se deben tomar pero que las pintan de una manera que parece que el que no es así no es normal, sexo, alcohol, violencia, malos modos, todo es lícito, y eso es lo que ven nuestros jóvenes.

Y en las películas lo mismo, pero con más violencia.

Con todo esto, a los niños de la época actual no les apetece sentarse en las rodillas de nadie a escuchar cuentos de nadie, es más divertido ver la caja tonta, pero yo sigo echando mucho en falta que mi nieto me diga,

Abuela, cuéntame un cuento.


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